El queso se ha de servir sin quitar la corteza, ya que esta nos informa sobre el tipo de queso que estamos comiendo.
En muchos casos, sobre todo cuando el queso es natural, se puede comer la corteza, o al menos una pequeña porción de ella acompañando al interior. La corteza tiene una personalidad propia que le confiere la flora que ha desarrollado en las cavas de conservación.
En algunos casos estas cortezas contienen hongos beneficiosos para la flora intestinal, como el penicilinum. Actualmente los quesos se suelen recubrir, en muchos casos, con pinturas o ceras de colores llamativos, para mejorar su presentación, por lo que hay que asegurarse antes de ingerirla rascando un poco con la uña para comprobarlo.
Estamos cautivos de una extraña manera de entender la presentación de los quesos, en la que prima el aspecto aséptico e inmaculado, sobre lo artesanal y natural.